Leo Chiachio y Daniel Giannone se declaran pintores, pero hace años que trabajan con la técnica del bordado más excelso, una oda a la labor manual, el tiempo entre costuras, el preciosismo de los géneros y el virtuosismo de las manos. En la galería Pasaje 17 (Bartolomé Mitre 1559) muestran sus trabajos más grandes y un libro sobre su obra. “Perseguimos algo tautológico: hasta dónde llevar el bordado”, dice Chiachio.
Chiachio & Giannone: "HeArt Breakers"
Sus telas son siempre autorretratos de esta pareja de artistas con sus mascotas, tres perros salchicha y el gato Doménico, a los que les dedican un altar con ofrendas y bombitas de luz tejidas al crochet. Pueden pasar tres años bordando un mismo paño a cuatro manos. En esta exposición, que cierra mañana, comparten sus procesos. Revelan sus secretos o memorias, que es la manera de registrar códigos de colores y de puntos (punto francés, cadena, pespunte, punto colcha…) que trazan durante cada trabajo. “Hacemos varias obras a la vez y viajamos en el medio, entonces necesitamos ir anotando”, cuenta Giannone. También muestran el reverso de sus bordados, donde aparecen nudos y puntadas largas: “Es una imagen no controlada. Su ingeniería. Es muy pictórico”.
“Hace tres años que no mostrábamos en Buenos Aires nuestro recorrido artístico. Para nosotros también es interesante, porque hay trabajos que los vemos por primera vez desplegados, como Selva Blanca (4,60 x 2,85 metros), que habíamos visto una vez en la última Bienal Textil de Holanda. En nuestro taller no tenemos el espacio necesario para verlo. Acá lo tenemos todos los días a la vista y vamos redescubriéndolo, en complicidad con los espectadores”, dice Chiachio. La obra, en la que los artistas parecen monos, está inspirada en empapelados del siglo XVIII que vieron en una exposición en el Petit Palais en París. Incluye al perro mayor de la casa, Piolín, y homenajes a referentes como Sonia Delaunay. Su público no es sólo de entendidos de arte contemporáneo. Hay señoras bordadoras que salen del supermercado de enfrente y pasan con sus bolsas de compras a mirar sus trabajos una vez más y contingentes de alumnas de cursos de labores que pasan a admirar sus proezas de aguja e hilo. “Vengo siempre que puedo”, confiesa una admiradora.
Los bordados se generan sobre la marcha, y a veces se inspiran en los estampados de telas de base. Ahora están incluyendo sus propias serigrafías. “Hacemos nuestros propio pattern. Partimos de nuestros dibujos, lo pasamos al shablon, entintamos, imprimimos… y después bordamos”, cuenta. Reciclan sábanas porque les resulta difícil encontrar buenos algodones. “Siempre tienen un poco de poliéster”, dice Giannone. Otras veces parten de pañuelos antiguos, toallas de lino y otros tesoros. “Recibimos por ejemplo el ajuar de una familia patricia argentina, que la bisnieta se hartó de todo: baberos, trajes de bautismo, pañuelos. El otro día, después de una votación familiar, nos regalaron un mantón de Manila dorado”, cuentan. Pueden pasar años hasta que los conviertan en obra. Quienes se los confían saben que están en buenas manos: “Nunca nos preguntan en qué lo convertimos”.
Publicado en La Nación, Moda, 9/6/16.
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