Perfil. Cultura.
Entre el concepto y el ornamento
Explorando como un mismo autor las posibilidades expresivas del bordado, la pintura y la cerámica, Leonardo Chiachio y Daniel Giannone desnudan con “Monobordado” el peligroso diálogo entre arte y vida. ¿Capricho? ¿Costumbrismo? La muestra puede visitarse en Pasaje 17 Arte Contemporáneo.
Por Laura Isola. 14 - Mayo - 2016
La muestra Monobordado que están presentando en Pasaje 17, la galería de arte de la Asociación del Personal de los Organismos de Control, hace sentido con estas ideas sobre la forma de entreverarse de ellos. Por un lado, Monobordado que reúne piezas que enhebran ésas, algunas pocas, obsesiones que dicen tener: la familia que componen con su matrimonio igualitario y sus mascotas (dos perros salchichas y un gato), la naturaleza en un paisaje exuberante con monos y plantas y la autorrepresentación, según pasan los años. Los doce que hace que están juntos cumpliendo, de una manera inusitada, una de las ideas de la vanguardia: reunir arte y vida.
Por el otro, un monobordado, una artesanía única de ideas de colores y formas que se pintan con hilos, pero que está hecha a cuatro manos. Lo uno y lo múltiple en esa dislocación y juego con las texturas, los temas y el desplazamiento de los nombres. También hay monos, pero eso es demasiado fácil. Las obras que se exhiben, en cambio, participan de un ámbito que puede empezar ahí, en lo seductor de los colores, la precisión de su hechura, lo decorativo, para decirlo de una vez. A su vez, alcanza niveles de complejidad. Hay que tirar del hilo para que afloren las citas explícitas o encubiertas a una tradición artística: desde Henri Rousseau y Sonia Delauney hasta Gumier Maier y Marcelo Pombo.
Entrelazados en los puntos, cruz, atrás y cadena, sobre telas compradas en tiendas de Once y el Castro de San Francisco, sábanas y aguayos entregados como ofrendas, el tiempo es un protagonista notable de este quehacer. Porque se nota en las composiciones: el tiempo que se tarda en punto tras punto, hebra tras hebra de color que se estampa en las grandes dimensiones de los cuadros tapices que cuelgan de la sala. Ahí está todo el devenir atrapado de una serie infinita de segundos, que son minutos, días, semanas, años. Porque está el tiempo que pasa. En los cuerpos retratados de ellos mismos. En la melena que se ha ido y la barba que está entrecana. Para esos pelos hay nuevos hilos y así sucesivamente se van reinventando en nuevos personajes de esta personal autoficción.
Esa que los enreda entre el bordado que es el arte y la vida, la familia homoparental y sus mascotas hijos. Que los ha juntado tanto en las horas de trabajo y en los viajes. Hablar con uno es hacerlo, también, con el otro. Me gusta perderme en ellos y en lo que hacen, como si fuera lo mismo. Dejarme llevar por las selvas y los muchachos musculosos con jeans ajustadísimos y gorros de Papa Noel. Dejar que los adornos que cuelgan, las pelotas de trapo y los peluches decoren el mundo, mi mundo, y lo embellezcan. Que no es otra cosa que volverlo más bueno. Perderse,
ese es el punto. Mezclarse y repetir como un mantra, como un juego infantil, como una plegaria: LeoDanielChiachioGiannone.
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