Pero el valor es el mejor matador, el valor que ataca: éste mata la muerte misma, pues dice: «¿Era esto la vida? ¡Bien! ¡Otra vez!» F. Nietszche.
Hay varios motivos que hacen de la exposición de Chiachio Giannone una de las más importantes y complejas del año.
Se trata de una pareja de artistas que hace un trabajo en colaboración disolviendo sus propios nombres, técnicas y experiencias en una obra conjunta. La historia del arte tiene una lista bastante copiosa de esa colaboración en todos los campos de la práctica. Pero en cada caso se trata, obviamente de un plan específico.
En este caso la muestra consta de una serie de autoretratos de ambos participantes bordados en telas de índole diversa.
Algunos son una tela lisa, algunos tienen el reverso forrado, algunos muestran los hilos del proceso de bordado… En fin, es como si exploraran una serie diversa de trabajar con el material. Lo que es constante en esas exploraciones es la figura, siempre central del matrimonio que se retrata y el lugar siempre inferior y privilegiado del perro en ese matrimonio.
Son una familia. La familia argentina; o quizás podríamos decir, la nueva familia argentina. El bordado de la tela construye una trama que, como dice María Moreno en el catálogo de la muestra, “rehace la tela completamente”.
Es decir, son una trama “sobreimpuesta” sobre la trama. Tanto es así que hay algunas obras que permiten ver el tipo y la textura de la trama sobre la que superpuso esta.
Dicho de otro modo, se trata de la representación de una familia bajo la idea de una trama que al mismo tiempo tiene una trama anterior dibujada, bosquejada, sobre la que los Chiachio Giannone, reconstruyen su propia idea de la tela y de la trama, claro.
A esto también podríamos agregar: los retratos de esa nueva familia argentina, tienen como parte de su vestuario y su paisaje una serie de estereotipos de la cultura latinoamericana y de la cultura gay. Es decir ponen en el centro de su observación las dos formas estereotipadas de la subcultura, de las culturas marginales, diferentes, subnormales, subdesarrolladas, antinaturales, alternativas, etc…
Chiachio Giannone son, alternativamente, los coyas en la Latinoamérica exuberante y las locas en un despliegue de erotismo soft gay. Alrededor del universo familiar de Chiachio Giannone y el animal doméstico, aparecen papagayos, camalotes, rios caudalosos desiertos, santos latinoamericanos; o su correlato, una serie de imágenes de hombre musculosos con torsos desnudos, pantalones cortos de jean, clasificados del mismo modo que aparecen en las prolijas ofertas de imágenes porno de Internet: bomberos, policías, all american cowboys, etc.
Ahora bien, el feminismo y otros movimientos sociales de diversos niveles (político, académico, institucional, etc.) ha llevado a cabo desde hace casi dos siglos una crítica feroz a esa estructura familiar jerárquica que Chiachio Giannone representan.
Se trata de las imágenes de la represión, la fijación de modelos y la inflexibilidad de identidades más nuclear que han visto las sociedades. Desde Engels hasta el sufragismo, desde Levi Strauss hasta Simone De Beauvoir, la estructura de la familia y su división de las tareas es el pináculo de la crítica a la sociedad moderna.
Pocas experiencias en el arte contemporáneo lo hacen del modo en el que lo muestran Chiachio Giannone. Ellos se disuelven hasta la indiferencia (en sus nombres, en su presentación social como artistas, en su arte) para mostrar una nueva cara de la conflictividad social. Son los primeros artistas post-gay.
Alguien ha intentado comprarlos con Pierre et Gilles, pero la comparación es meramente prejuiciosa, sostenida en el monomanía de una supuesta “tradición gay”, o algo por el estilo, que al verdadero arte no le importa mucho. Pierre et Gilles, se confinaron cómodamente al universo de la pornografía, su público y su nicho (y, en ese sentido definen el espacio de la cultura gay hasta los años 80). Chiachio Giannone, inversamente, atacan el centro del debate social argentino y latinoamericano del presente.
En su caso ellos muestran algo ominoso del modo en el que la sociedad “incorpora” (subrayo) los vínculos eróticos o artísticos. Todos sabemos que detrás de la foto familiar, detrás del retrato doméstico acecha un universo de afectos, sentimientos, luchas por el espacio, vínculos económicos perversos, en fin la ideología del presente.
Ellos lo muestran en la trama y en el revés de la trama. Ellos muestran esa pérdida del cuerpo del individuo sumergido en la familia, hasta el punto tal que a veces se trata de un juego en el que hay que “descubrir” a los retratados en una maraña de hilos de colores que se destacan tanto como se funden en el paisaje que los contiene. Pero también podríamos haber elegido entrar a su pobra por el otro extremo. La erosión sobre el sistema de representación de “lo latinoamericano” y su espacio asignado en el mundo del arte contemporáneo como parte de una mirada piadosa y normalizada dirigida al subalterno.
En el otro extremo de la exposición, Chiachio Giannone exhiben una serie de “peluches” (así se llaman) hechos de porcelana. Sin dudas se trata de los “otros” integrantes de la familia. Los papás creando juguetes para su prole que, como en el caso de las muñecas de Roberto Arlt en sus Aguafuertes, son tan frágiles, que no sirven para jugar. Son un puro objeto estético. Es decir están para que se vea su función mutilada, justamente para no ser mutilados.
Son objetos destinados al juego, pero si se les diera ese destino, es decir el juego, son tan frágiles, que desaparecen. De modo que son como objetos sin salida. Quedaron atrapados entre su forma estética y su función social. Son, vistos desde toda perspectiva, imposibles. Es decir en el otro extremo del material (la docilidad maleable del hilo, hasta la rigidez frágil de la cerámica). Nuevamente, sería muy fácil adosar esa experiencia a las exploraciones de la textura de Jeff Koons, pero en el universo de Chiachio Giannone lo importante es otra cosa. Es una cierta mirada de ternura con la que se observa una contradicción social insalvable.
Detrás de un trabajo de elaboración artesanal (unos ekekos en la entrada nos anuncian que lo que veremos es parte de la experiencia de la artesanía folklórica), Chiachio Giannone nos observan mudos o espantados, con los ojos abiertos mirado a eso que miramos en el retrato familiar, a ese progreso, a esa ideología, a esa trama hecha de pequeños hilitos pero que poco a poco se transforma en todo el universo, a esa especie de locura que es la vida conyugal y sus efectos más ácidos sobre nuestro cuerpo: lo ominoso. Una de las telas sobre las que está bordada una de las obras es una lona de camuflaje de guerra.
La imagen freudiana de lo siniestro que es al mismo tiempo lo familiar. Lo más cotidiano vuelto extrañeza. El límite y, al mismo tiempo el centro de la experiencia social, mostrada en su revés: lo que hacen estos dos sujetos (hasta no hace mucho, estos dos pervertidos, estos dos repugnantes, estos dos degenerados) con el género. Imaginémoslo: Juntan hilitos, los ovillan, los hacen los comparan, los compran, van juntos a la fábrica de hilado, eligen las mejores calidades de bordado, evalúan ñandutí y manteles, juegan con su perro, se reparten las tareas, miran pornografía, la coleccionan, etc…
En fin; es la familia argentina que nos observa. ¿No es acaso la familia el lugar del impudor máximo, el espacio del exhibicionismo extremo? Se la exhibe sin pudor porque no hay nada que pueda ocultarse de ella en nuestra sociedad, sus reglas son tan íntimas como severas y su modo de funcionamiento tan estricto como maleable. Eso es la familia, ahí está: los hilos dóciles entramados de una narración y la rigidez endeble de la porcelana.
Chiachio Giannone nos lo muestran en una exposición como unos extraterrestres que llegan recién a la tierra y en sus ojos de tela nos miran del mismo modo que cuando el profeta vio hacia atrás y vio la vida.
¿Esto era la familia? ¿Esto era América Latina? ¿Esto era el matrimonio? Bien. Otra vez.
Voy a la muestra. Me encuentro con los artistas. Hablamos de cosas varias, entre ellas un comentario que me hizo David Leavitt sobre la muestra. A los que uno de los dos artistas me comenta: “Lo que más me interesó de haber leído a Leavitt es que fue el primer escritor que habló del mundo gay incorporándolo a un ambiente familiar.” Aha, pensé. Tomo nota.
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