El Triunfo de la Diversidad
Sábado 1 de setiembre de 2007 Publicado en la Edición impresa
Por Daniel Molina
El arte de nuestra época coincide con el ritmo actual del mundo: es múltiple, no autoritario. Está en cambio permanente. Es necesariamente ambiguo. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (y de manera aún más acelerada desde la caída del Muro de Berlín), la vida cotidiana está cada vez menos regida por normas y valores absolutos. Esta libertad es inédita: solo se vivió un clima espiritual parecido hace dos milenios, entre el triunfo ateniense en las Guerras Médicas y la caída del Imperio Romano. Marguerite Yourcenar dijo que aquella época fue el momento en el que los dioses ya se habían ido del mundo y Dios todavía no había logrado ser el único. Fue el tiempo de Alejandro, César y Adriano. Fue el tiempo de Platón, Sófocles y Virgilio. Fue el tiempo del diálogo. Se permitían disentir porque estaban de acuerdo en lo esencial: sabían que en la discusión de ideas estaba el camino para construir juntos un mundo de sentidos plurales. La diversidad es nuestra marca de época. Nada lo muestra, lo celebra y lo produce con más vigor que el arte. Valga una breve recorrida por las galerías de Buenos Aires para comprobar que hoy lo único uniforme es lo diferente. Cuando salió de prisión, Oscar Wilde se encontró con André Gide. El escritor francés le preguntó si no había pensado que la pacata sociedad victoriana lo iba a castigar por intentar sobrepasar todos los límites; Wilde le respondió: "Yo quería conocer el otro lado del jardín". Ese otro lado del jardín es lo que construyen desde hace años Leo Chiachio y Daniel Giannone. Recurriendo a la imaginería oriental (china, india o japonesa), Chiachio y Giannone crean un mundo que solo puede ser soñado desde ese "otro lado". Flautistas, la obra con la que obtuvieron el Premio Platt (jurado: Juan Doffo, Julio Sánchez y Victoria Verlichak), es una muestra cabal de esa búsqueda: dos músicos -hechos de grafito, purpurina e hilos de seda- danzan al compás de una música que solo ellos oyen. Es un eco de otro mundo: el jardín soñado.
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